lunes, 18 de marzo de 2013

CAP. 3

3 - Correr

Empecé por seguir unas pocas huellas que había alrededor. Hacían círculos, cruces de idas y vueltas. En varias ocasiones me encontraba en el mismo punto donde había empezado. A veces me costaba seguirlas, ya que al parecer el León había trepado, saltado, o algo por el estilo. Así que trepé y salté, o hice lo que pude. De vez en cuando recortaba alguna de las hojas del cuaderno y las clavaba a algún árbol. Me sentía una especie de Hansel y Gretel autóctono, previendo el retorno a casa. En algún momento de mi aventura se me cruzo preguntarme cómo habían sobrevivido esas huellas tanto tiempo; el paso del clima, las subidas del río, etc.
Mientras caminaba imaginaba un poco de este momento, este mismo, en el que le contase a amigos y familiares de mi aventura. También especulaba con encontrar algún tipo de hueso, de garra, o algo, que me diera credibilidad. Me estaba cansando, y no quería que la noche me agarrara desprevenido, tampoco quería pasar otro día más en la isla, algunas partes de mi ropa todavía estaban mojadas, y tenia un poco de hambre.
Un rotundo fracaso.
Hice un pequeño campamento, me fue imposible hacer fuego, mucho menos pescar. Así que comí algunas frutas que había por ahí y me eche a dormir, con la cabeza apuntando en el sentido al que volver. Me dormí con mucha sensación de decepción, también con un poco de miedo.
No descansé mucho, pero logré pasar la noche, con las primeras luces del sol junté ánimos para encarar el retorno. Aunque aun sin saber bien para qué lado, mi plan era volver a la costa y caminar por ella hasta encontrar algo, o alguien.
Mientras juntaba las cosas escuché unos ruidos, ramas y hojas, pero muy a lo lejos. Me apuré a juntar todo, me puse mi gorro y comencé a correr en esa dirección. Mientras avanzaba por esta parte virgen de la isla, a la mayor velocidad que podía, recuerdo cómo me lastimaba los brazos. Eran latigazos y espinas de todo tipo de plantas. Cada tanto frenaba para volver a escuchar el sonido, y reorientar mi persecución, entonces aprovechaba a rascarme todo lo que podía, brazos y piernas; era el momento en el que los mosquitos me alcanzaban. Volví a escuchar un sonido, esta vez más cerca, recuerdo que grite como a un náufrago que rescatan después de muchísimo tiempo; solo había pasado una noche después de perder el bote, exageraba. Es que nunca se está preparado para este tipo de reacciones. Ya me gustaría que el venir al mundo fuera acompañado de una especie de manual, o cuaderno. Eso haría un poco de justicia.
Grité de nuevo, lo hice un par de veces. Hasta que llegué a uno de los lugares más raros que había visto hasta entonces. Dos enormes piedras, talladas con caras extrañas, se levantaban como monolitos en medio de la selva.
A mis pies las pisadas que no había podido seguir el día anterior, las del León. Daban vueltas en círculo; como si al igual que yo no entendiera lo que sucedía con esas piedras. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Me sentí una especie de colonizador, a las puertas de un tesoro.
Detrás de mí volvieron los sonidos, pisadas. Parecían ser varias personas, o al menos dos. Cuatro patas seguro. Cuando caí a cuenta de eso no me quedo más que correr.

No hay comentarios:

Publicar un comentario