viernes, 5 de julio de 2013

CAP. 11

– Rehenes

William me odiaba. Yo había robado sus mapas (más algo de pólvora), y por mi culpa nos habían atrapado después sobrevivir del ataque del León. Este bien, les confieso que las cosas se tornaron un poco fantásticas últimamente, pero esto no es nada comparado a lo que nos esperaba más adelante. “Something” me maldecía a cada paso, casi susurrando, con su acento ingles no dejaba de insultarme. Sus manos sobre la cabeza, en una de ellas tenia un pequeño dibujo de su amada, en la otra apretaba su reloj de bolsillo.
Un grupo de nativos de la zona nos tenían cautivos. Estaban camino de regreso de una expedición a la costa. Dos de ellos llevaban a cuestas mi bote “cósmico”, aquel que me presto mi primo Pablo para llegar a la isla. Verlo fue esperanzador y a  la vez gracioso; solo se veían los pies de esas personas tambalear con el bote sobre sus cabezas. Era mi carta para escapar de tanto lío. Un poco más atrás otro grupo de aborígenes llevaba nuestras cosas: mi mochila y el fusil de Willam.
A medida que caminábamos por la selva se mostraban a nuestros ojos especies increíbles de vegetación y flora. Las esculturas gigantes se volvían más frecuentes. Si bien sabía que mi vida corría un riesgo bastante considerable, no podía dejar de maravillarme por el paisaje ni la circunstancia. Los colores se tornaban más fantásticos en la medida que avanzábamos.
Cerca de allí una inminente batalla estaba en puerta. Tropas francesas e inglesas avanzaban por el Paraná para buscar puertos seguros donde vender sus mercaderías. La pelea iba a ser dispar. Ya llegaremos a ese punto. Mientras tanto William Churchill debía llevar un relevamiento de la zona y acercarlo a sus superiores, que lo esperaban en los buques para alinearlos contra las fuerzas enemigas. Solo una vez terminado este periplo podría regresar a su país y reunirse con su amada.
Claro que no esperaba que un León le impidiese avanzar por la isla, ni que un dibujante que nacía 170 años después le robara sus mapas. Eso ni yo lo esperaba. Ahora nos veíamos envueltos ahora éramos rehenes de un grupo de nativos. Alrededor de unos 100 hombres que parecían vivir tranquilamente de la caza y la recolección.  Llegamos a un asentamiento, estamos en medio de los preparativos de una fiesta. Vestimentas coloridas y finos ropajes cuelgan de las tiendas y tolderías.
La primera noche la pasamos atados a unos árboles. No pude comer nada de lo que me dieron, luego me fui acostumbrando, pero tuvo consecuencias desastrosas.
Note que cuando revisaron mi mochila observaron con detenimiento mi cuaderno de bocetos. Uno de ellos me señalo y menciono una de las pocas palabras que oí decirles: “Clisa”. Luego me di cuenta que gracias a eso nos mantuvimos vivos unos días, sino, probablemente, nos hubiesen matado.
Al otro día nos confinaron a un pozo bastante profundo. En las alturas nos vigilaba un pequeño niño que nos suministraba comida, hojas y lápiz. Esos días en prisión nos unieron un poco junto con el inglés. Ambos dibujábamos para pasar el tiempo. Compartimos algunas historias, y le pedí disculpas. Me dijo que de ahora en más le debía un favor, y que estaba disculpado.
Notamos que nuestro pequeño guardia de celda parecía estar dormido.
William me mostró su reloj y me contó los días que faltaban para la llegada de los buques a la costa. Esa noche elaboramos un plan para escapar.