jueves, 8 de agosto de 2013

CAP 12


- Clisa

Pasamos encerrados en el pozo unas dos semanas. Nuestro pequeño guarda cárcel nos suministraba comida y hojas de mi mochila que ellos custodiaban. Algunas veces me acercaban mi cuaderno con algún pedido específico, plantas, árboles, animales. Gracias a este extraña interacción logre conocer una gran parte de la flora y fauna de la región, algo de lo que me movió a venir a la isla en un primer momento estaba sucediendo sin quererlo. Fue así que dibuje los peces multicolores que me traían, flores increíbles que no volví a ver, frutas fantásticas y deliciosas.
El tiempo que pasamos en ese pozo junto a William fue una prueba de supervivencia, de tolerancia y paciencia. No podíamos hacer otra cosa que confinarnos a un golpe de suerte, o un descuido. Pero nada de eso iba a pasar. Nuestro plan nos proporcionaría algunos de los elementos que necesitábamos para seguir adelante, pero las cosas iban a ser más extrañas de lo que podíamos especular. Jugar con la fantasía es jugar con la posibilidad de que la fantasía juegue con nosotros, y así lo hizo en cada oportunidad.
A la segunda semana nos arrojaron una soga, las indicaciones desde arriba pedían que William subiera primero, luego yo. Cuando trepaba los últimos centímetros pude ver a la multitud organizada. Estaban vestidos y ornamentados para una ocasión especial y éramos los invitados colados en la fiesta. Nos sujetaron por las manos a un árbol y algunas mujeres nos cambiaron la ropa. William no dejaba de insultar en inglés, yo no dejaba de agradecerles en castellano. Nos sentaron y maniataron al banco de una de las últimas filas, al lado nuestro se encontraba nuestro pequeño guardia cárcel, con una sonrisa nos convido de unas frutas que traía en su morral. Lo que para nosotros era la prisión, para él era un juego.
Fue luego de comer, en ese momento (luego de terminar la fruta) noté que muchos de mis diseños se habían aplicado como ornamentos de la ceremonia. Algunos hombres danzaban junto a los tambores. Podía distinguir entre ellos una clara jerarquía de rangos, en lo más alto de su organización un banco vacío aguardaba. William insultaba, comía, y volvía a insultar. Entre pausas no dejaba de observar alrededor, fue él quien a lo lejos diviso mi bote, bueno, el de mi primo. Lo íbamos a necesitar para llevar nuestro plan de fuga adelante. Aún faltaba para ese momento, sin embargo el tiempo corría a nuestras espaldas.
Sonaron unos vientos, como tubos o cuernos, los tambores se intensificaron hasta un abrupto silencio. Alguien entraba en el fondo, todos se pararon. El niño a mi lado saco de su morral mi cuaderno de bocetos, paso las páginas hasta la última dibujada, y en la siguiente hoja en blanco me señala a la persona que está entrando en el fondo, es una mujer. Saca un lápiz del bolso, haciendo un ademán de dibujar señala mi mano, luego a la mujer, y dice:
- ¡Clisa!

No hay comentarios:

Publicar un comentario