lunes, 25 de marzo de 2013

CAP. 4

4 - No tan distintos.

Corrí con desespero, con extrañas energías nuevas. Las que otorga el miedo.
Estamos en un momento de mi historia, ésta que aquí les cuento, un poco determinante. Bastante, para ser precisos. Es creer o reventar. Espero que no exploten y me sigan, al menos, por lo que resta de éste capitulo. Ya, luego, queda en ustedes.
Como les contaba, corrí, lo digo sin miedo al ridículo, ya que cualquiera de ustedes hubiera hecho lo mismo. Sin embargo me llevo muy bien con el ridículo, somos buenos amigos desde que soy chiquito. Hoy, y con algo de distancia, pienso en que debería haber tirado la mochila, trepado a un árbol o a una de esas extrañas piedras. Hoy, con distancia, entiendo que muy diferente es vivir las cosas, experimentarlas. Es como en las películas de terror, donde vemos a uno de los personajes ir a su propia muerte, y decimos: “yo agarraba un palo, o algo”. Otros dirán: “¡yo salgo corriendo!”. Bueno, eso hice. Y mientras me adentraba en la selva, y mi corazón rozaba el paro cardíaco, se me cruzo por la cabeza que no éramos tan diferentes. Ambos estábamos en un lugar extraño, yo llevaba menos tiempo que él, pero ninguno pertenecía a ese lugar. En algo nos parecíamos, estábamos perdidos. No es que se me había ocurrido sentarme a dialogar con el León, ni mucho menos, solo se me cruzo por la cabeza en la medida q corría, desesperado, sin mirar atrás. En algunos movimientos bruscos lograba evitar que me alcance, no concretaba verlo por completo, pero sentía su persecución, su caminar pesado, el manotazo de sus garras. Aun así, queriendo comerme y todo, algo nos unía. Yo lo busqué a él, y él era en ese momento quien me perseguía. Algo de mi infancia me preparo para ese momento, algo de mis noches de pesadillas, donde corría desesperado por no ser alcanzado, un poco de todo eso me dio las herramientas y las energías para sobrevivir.
Vi pasar las hojas que había clavando a los árboles, pensé que de encontrar el río nuevamente me seria una buena escapatoria. Eso no sucedió, el evitar ser alcanzado me llevó cada vez más adentro de la isla.
Tengo en la rodilla izquierda, aun, una cicatriz de esa persecución, fue durante una de las jugadas que me salvo la vida. Llegue a un pequeño barranco, desde arriba se podían ver las raíces de los árboles que trepaban en el borde, y más debajo de eso la total oscuridad. Sin dudarlo, salte. “Lánzate y la red aparecerá” dice Goethe.
Ahí me abrí la rodilla, me desmaye a mitad de mi caída. Recuerdo el grito salvaje del León alejarse mientras yo descendía. Un rato más tarde estaba acostado en una cabaña; mire alrededor, había un fusil, un saco, cuchillos, unos rollos de papel. Alguien se acerco a mí, y con un acento muy Ingles me dijo:
- Quiet, everything will be fine

lunes, 18 de marzo de 2013

CAP. 3

3 - Correr

Empecé por seguir unas pocas huellas que había alrededor. Hacían círculos, cruces de idas y vueltas. En varias ocasiones me encontraba en el mismo punto donde había empezado. A veces me costaba seguirlas, ya que al parecer el León había trepado, saltado, o algo por el estilo. Así que trepé y salté, o hice lo que pude. De vez en cuando recortaba alguna de las hojas del cuaderno y las clavaba a algún árbol. Me sentía una especie de Hansel y Gretel autóctono, previendo el retorno a casa. En algún momento de mi aventura se me cruzo preguntarme cómo habían sobrevivido esas huellas tanto tiempo; el paso del clima, las subidas del río, etc.
Mientras caminaba imaginaba un poco de este momento, este mismo, en el que le contase a amigos y familiares de mi aventura. También especulaba con encontrar algún tipo de hueso, de garra, o algo, que me diera credibilidad. Me estaba cansando, y no quería que la noche me agarrara desprevenido, tampoco quería pasar otro día más en la isla, algunas partes de mi ropa todavía estaban mojadas, y tenia un poco de hambre.
Un rotundo fracaso.
Hice un pequeño campamento, me fue imposible hacer fuego, mucho menos pescar. Así que comí algunas frutas que había por ahí y me eche a dormir, con la cabeza apuntando en el sentido al que volver. Me dormí con mucha sensación de decepción, también con un poco de miedo.
No descansé mucho, pero logré pasar la noche, con las primeras luces del sol junté ánimos para encarar el retorno. Aunque aun sin saber bien para qué lado, mi plan era volver a la costa y caminar por ella hasta encontrar algo, o alguien.
Mientras juntaba las cosas escuché unos ruidos, ramas y hojas, pero muy a lo lejos. Me apuré a juntar todo, me puse mi gorro y comencé a correr en esa dirección. Mientras avanzaba por esta parte virgen de la isla, a la mayor velocidad que podía, recuerdo cómo me lastimaba los brazos. Eran latigazos y espinas de todo tipo de plantas. Cada tanto frenaba para volver a escuchar el sonido, y reorientar mi persecución, entonces aprovechaba a rascarme todo lo que podía, brazos y piernas; era el momento en el que los mosquitos me alcanzaban. Volví a escuchar un sonido, esta vez más cerca, recuerdo que grite como a un náufrago que rescatan después de muchísimo tiempo; solo había pasado una noche después de perder el bote, exageraba. Es que nunca se está preparado para este tipo de reacciones. Ya me gustaría que el venir al mundo fuera acompañado de una especie de manual, o cuaderno. Eso haría un poco de justicia.
Grité de nuevo, lo hice un par de veces. Hasta que llegué a uno de los lugares más raros que había visto hasta entonces. Dos enormes piedras, talladas con caras extrañas, se levantaban como monolitos en medio de la selva.
A mis pies las pisadas que no había podido seguir el día anterior, las del León. Daban vueltas en círculo; como si al igual que yo no entendiera lo que sucedía con esas piedras. Fue uno de los momentos más emocionantes de mi vida. Me sentí una especie de colonizador, a las puertas de un tesoro.
Detrás de mí volvieron los sonidos, pisadas. Parecían ser varias personas, o al menos dos. Cuatro patas seguro. Cuando caí a cuenta de eso no me quedo más que correr.

lunes, 11 de marzo de 2013

CAP. 2

2 - Pasado por agua

No sé cuánto estuve a la deriva en el agua, ni cómo llegué a la costa. Me desperté desparramado sobre la orilla, pero no como en las películas de cara a la isla, ni tampoco tan completo. Estuve mareado un buen rato, vomité, y en mi cabeza había enganchada una bolsa del antiguo supermercado Norte, ahora Carrefour. Pude recolectar algunas de mis cosas en la playa, la mochila casi entera. El cuaderno estaba pasado por agua, pero todavía servia; de "cósmico", el bote, no había rastros.
Recordé algo que me había contado mi amigo Juan, que tiempo atrás había ido a la isla junto a un taller de arqueología y antropología que daba la Municipalidad de Zárate. Me dijo: los árboles que crecen parejos en altura son de plantación humana, los desparejos son naturales. ¿Qué tanta relevancia tenía este dato en ese momento?, se preguntarán ustedes. El asunto era encontrar un lugar de la isla donde hubiera, al menos, un habitante al que acudir. No tenia ni un sentido de orientación, ni siquiera podía ver el puente Brazo Largo. La expedición venía siendo un fracaso, y casi pierdo la vida, era tiempo de volver a casa.
Después de como dos horas de volver del mareo (y luego de poner a secar al sol algunas de las cosas que se salvaron) intenté subirme a un árbol para poder buscar en el horizonte alguna persona; fue imposible, los árboles alrededor eran altísimos. Desistí de mi plan al segundo porrazo que me di contra el suelo. Fue ahí cuando encontré algo increíble, tanto para esta historia que hoy les cuento, como también para mi historia personal; ya se enterarán por qué.
Mientras rodaba por el piso, y un poco antes de pararme, vi en el suelo unas huellas, enormes y animales, más bien gigantes. No eran de un perro. Y hacen bien en suponer lo que suponen, no por nada los introduje lentamente a donde los estoy llevando. Eran de León.
Recuerdo que en ese momento, luego de lo que me había pasado con el bote, y estando ahí tan a la deriva, encontrar eso fue retroceder unos diez años. Por entonces era un niño que soñaba que lo perseguía un León, que en muchas ocasiones lo alcanzaba. Podría hacer una interpretación pseudo-psicoanalítica bastante pedorra: era el miedo que me tenía a mí mismo. En ese momento había asociado la similitud del nombre del animal (y su figura indiscutida) con mi propio nombre, y ese gordito tímido de la escuela primaria que no se animaba a casi nada, solo dibujar.
Ahí estábamos, aunque en diferentes momentos, un León y yo. Esta vez todo era real. Y si bien no había probabilidades de encontrarlo con vida, sí podía encontrar una especie de trofeo, de oportunidad, de historia, algo que simbólicamente me devolviese, fuera del sueño que me quitó, algo de tranquilidad.
Agarré el bolso, todavía estaba bastante mojado. Para garantizarme poder volver sobre mis pasos arranqué una de las hojas, improvisé unas indicaciones de norte y sur y la clavé a un árbol.
Me armé de coraje y avancé sobre las huellas del León.

lunes, 4 de marzo de 2013

CAP 1

1- Salir de aventura.

Mi primer recuerdo de la isla es bastante viejo; es, calculo, un recuerdo común entre muchos de los que vivimos en Zárate. “Están quemando la isla” decían los mas grandes, cada vez que en el patio se esparcían unas minúsculas cenizas que el viento traía para este lado. Ese residuo un poco tóxico y volátil, fue mi primer contacto. Hace unos años el humo de esta actividad envolvió capital, e incluso parte de la ciudad de La Plata, fue noticia en todos lados. También recuerdo el misterio al ver la isla a lo lejos, desde la otra orilla, mientras me sumergía de chico en los veranos del club Náutico Arsenal. La miraba, y parecía una escenografía montada de cartón y papel, pintada con esos árboles inmóviles, e inquietantes. También recuerdo parte de sus historias, algunas tocaremos de cerca en ésta que hoy comienzo a contarles; es larga, les advierto que tengan paciencia.
Por este río habían pasado ingleses en los nuevos y fragantes barcos a vapor, allá por la batalla de la vuelta de Obligado. Por este mismo río habían cruzado convictos de una cárcel, buscando refugiarse en la isla. Desaparecidos, pescadores, aventureros, ladrones de todo tipo, enamorados, y más. En uno de los balnearios funcionaba un pequeño zoológico, de donde un León escapo una vez; cuentan que lo mataron, a sangre fría, de un disparo; hay quienes dicen que es mentira, y que sigue vivo en algún lugar de la isla. Fue hace muchos años, a esta altura ya debe haber muerto.
Hace poco una noticia me llamo mucho la atención, un ingles vino a éstas aguas en búsqueda de la mantarraya mas grande del planeta, la encontró, y lo que mas me sorprendió, la volvió a soltar.
Mi nombre es Leonardo Gauna, nací en junio del 84 en esta ciudad, Zárate; en un hospital que queda al lado del sindicato de papeleros y a unas pocas cuadras de la rivera, ese día llovió muchísimo, los más sensacionalistas dicen que el río desbordó e inundó parte de la costanera. Pero la verdad es que yo de eso no me acuerdo.
Hace más de 10 años que estoy viviendo en La Plata, soy ilustrador. Vuelvo recurrentemente a mi ciudad. Es de sus costas, fauna y flora, que saco mucho del material que dibujo, y con el que trabajo. También de su gente, mis amigos y familiares. Es así como comienza esta historia.
Fue un verano de hace, no más, de 3 o 4 años; uno de mis primos, Pablo, me había conseguido un pequeño bote llamado “cósmico” para poder llegar al canal Yrigoyen, y así fotografiar ese lado de la costa, desconocido hasta entonces para mi. Llevaba comida, mi cuaderno de bocetos y provisiones para acampar de polisón en algún pequeño lugar, todo listo para dos noches de aventura.
Llegué, un pájaro me cago mientras caminaba a la costa con las cosas. Acampé la primera noche, no escuché a ningún León, pero tengo que confesar que tenía un miedo terrible, está bien, me gustaba la idea, e incluso alcancé a dibujar algunas cosas para distraerme. A la otra mañana salí en mi segunda recorrida, dejé la carpa armada y me llevé unas pocas cosas.
Jamás imaginé que el bote se daría vuelta, yo buscaba aventura, no estaba listo para lo que venia.